Horacio en el bar

Horacio entró en el bar "La espina". Era un cliente habitual. Manolo el camarero le saludó con un trapo de cocina lleno de grasa.
- Buenas tardes Horacio, llueve hoy.
- Buenas tardes Manolo. Llueve - Lo dijo como si el hecho de que lloviera o no dependiera de su afirmación.
- Veo que has esparcido serrín por el suelo Manolo, muy inteligente.
- Le da un punto de limpieza al bar, la gente es una cerda.
Horacio se quitó los zapatos, los dejó sobre la barra y se acercó de puntillas a su mesa habitual.
Sin darle tiempo a que se sentara Manolo dispuso la consumición habitual de su cliente sobre la mesa: Dos vasos de agua, un huevo cocido, papelina de heroína.
- El colesterol acabará matándote Horacio - Jaime el zapatero se volvió hacia él.
- Es bueno tener algún vicio Jaime, la Virtud suprema sólo está en Dios, intentar imitarle sería un sacrilegio.
- Mira Horacio, tengo una foto de la graduación de mi hijo - Jaime abrió su cartera y sacó la fotografía de una orla estudiantil.
- ¡Qué mayor está ya Jaime! Se ve que está bien cuidado.
- Sí, y ha llegado más lejos que su padre, los zapatos ya no son el mismo negocio honrado que solían ser.
Horacio se quitó la gabardina húmeda y la arrojó a un rincón, puso los codos en la mesa observando la foto de orla.
- Imagino que practicará sexo con regularidad.
- Es un buen muchacho, y una fiera en la cama. Yo mismo me ocupé de ello.
- No esperaba menos de ti Jaime. Hoy en día, malcrían a los niños.
Manolo pasó recogiendo los ceniceros, metiendo la ceniza en una bolsa, Horacio lo observaba mientras se inyectaba la dosis.
Una persona entró, completamente empapada por la lluvia, al oscuro local.
- Ufff, mal día - Marisa, la cantante. Lanzó sus tacones de aguja, Manolo los agarró al vuelo y los espolvoréo con ceniza.
- No es posible. Estas vedettes modernas, llegan con su juventud y su ropa
interior y se creen diosas. Figuras recatadas llenas de pecado - volvió la vista a Horacio - ¿Ya estamos con los huevos cocidos otra vez Horacio?
Horació se encogió de hombros.
- ¿Qué te ha pasado Marisa? Casi destrozas tus tacones - intervino Jaime, muy preocupado en asuntos de calzado.
- Lo siento - se disculpó. - No tengo excusa.
Marisa besó en la boca a Jaime y a Horacio, y se sentó apoyando los pies en la mesa.
- Tienen que salir a escena, emperifolladas, como si fuesen mejores, cantando de pie, rectas y serias. No enseñan ni un muslo, ni un pecho, sólo se desgañitan como si eso le interesase a alguien.
-¿Y sólo cantan? - Manolo no perdía detalle desde la barra, limpiándose la nariz con su trapo de cocina.
- Y casí cobran lo mismo que yo. Y después de cantar no hacen nada más, recogen, se abrigan aún más que antes, y vuelven a sus casas, satisfechas por el trabajo a medio hacer. ¿Dónde quedan las buenas maneras? ¿Dónde el servicio integral al cliente?
- El mundo del espectáculo se acabará resintiendo - sentenció Horacio.
- Como el del calzado - dijo Jaime.
- Me he quejado a la dirección, le he dicho que o cuidan un poco más de sus tareas, o yo misma me despediré. ¡Ni un coito más!
- Tranquilízate Marisa, todo se arreglará.
- Dios te oiga.

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